Desde hace algún tiempo reflexioné con esta simple pregunta, pero al mismo tiempo tan profunda. Y llegué a la conclusión que ésta nos acompaña desde que nacemos hasta el final de nuestros días. Cada año que pasamos de curso en el colegio, en el instituto o en la universidad. Cada vez que nos encontramos con gente desconocida, si bien cambiamos de departamento en el trabajo, en el tren camino a una formación, o en el curso de baile de las tardes. También en el ámbito familiar, en el momento que se adhiere un miembro nuevo a la familia. O simplemente cada vez que queremos establecer una nueva relación. Así podría enumerar decenas de ejemplos donde se produce esta fantástica pregunta, ¿quién eres? Pero el quid de la cuestión es el siguiente, qué damos como respuesta.

Una vez adentrados en la pregunta, me gustaría pedirte algo querido lector. Te animo a que te preguntes mentalmente quién eres tú. Date dos minutos y reflexiona sobre ello.

¿Surgieron respuestas? Estoy seguro que sí, pero me gustaría analizarlas. Normalmente, al responder a la pregunta quién eres, gran arte de la sociedad se centra en su identidad “tipo”, establecida por un sistema educativo que no tiene como finalidad el desarrollo humanista del individuo. Es decir, el veredicto a la pregunta son mayoritariamente un nombre, unos apellidos, un número de identidad personal y quizás una fecha de nacimiento.

¿Crees que con esta respuesta sabes quién eres? Desde mi humilde perspectiva de ver el mundo creo que no. Saber quién eres es conocerte a ti mismo. Cuáles son tus habilidades, fortalezas y potencialidades, tus límites, tus debilidades, tus adversidades, tus valores, tus creencias, tus hobbies, tus miedos, tus logros, tus fracasos, tus metas, tus amigos, tu familia, tus necesidades, pero sobre todo, tu misión o propósito de vida.

Al enumerar estos ítems, sé que has podido cuestionarlos y eres consciente de gran parte ellos. Pero, ¿qué persigo exactamente manifestando todo esto? Un objetivo muy claro, el conocimiento de uno mismo.

En una ocasión, en una formación con Baldi Figueras (formador y conferenciante) compartió con el grupo de alumnos una analogía que explica perfectamente lo poco que se conocen los seres humanos. Fue un simple juego de preguntas. La primera pregunta que nos lanzó fue cuántos alumnos de la sala tenían un Smartphone. Donde todos levantamos la mano. La siguiente pregunta fue cuántas aplicaciones tiene vuestro dispositivo. Y las respuestas fueron variadas, diez, quince, veinte, veinticinco, etc. Y seguidamente vino la última de sus preguntas, cuántas de esas aplicaciones de tu móvil utilizas.

Recuerdo las caras que se nos quedaron a todos los compañeros, no sabíamos muy bien donde quería llegar Baldi. Él lo vio en nuestros ojos, así que empezó a preguntar de forma individual cuáles eran las aplicaciones de nuestro móvil que utilizábamos. La cifra media de las aplicaciones que usábamos fue 5. Tan solo utilizamos las cinco más comunes y en cuanto a las otras no teníamos ni idea de para que servían o cómo funcionaban exactamente. ¿Qué quería Baldi mostrarnos con esta pequeña analogía? Que a los seres humanos muchas de las veces nos sucede lo mismo. Tenemos cantidad de talentos, habilidades, destrezas, también límites, pero obviamos totalmente su funcionamiento, incluso su presencia.

Me entristece cada vez que hablo con personas de diferentes edades e intereses, les lanzo esta maravillosa pregunta, y desgraciadamente no recibo respuesta alguna. Quizás son miedos, ignorancia o realmente zombis (personas vivientes en cuerpo, pero muertos en alma). No creo que sea responsabilidad del sistema educativo, la sociedad o cultura, el no conocernos a nosotros mismos. Creo que hemos llegado a un punto que es responsabilidad de uno mismo.